jueves, 25 de noviembre de 2010

Arte Público y Ciudad

La ciudad moderna y su funcionalismo higienista ha provocado la segregación de la ciudad, ha modificado radicalmente la estructura urbana (incluida la degradación de calles y plazas), haciéndola desjerarquizada e impersonal, y ha fabricado inhóspitos. Por lo general, el ciudadano, se siente desposeído de espacios abiertos en los que socializar su experiencia personal y cívica, disfrutar de emociones estéticas y ejercer el derecho a la convivencia y la participación social.

La quietud y la accesibilidad, dos categorías netamente cívicas, hace tiempo que fueron desbancadas por otras dos categorías productivas, la velocidad y la movilidad. Los ciudadanos constatamos con melancolía que los antiguos espacios públicos de relación social, espacios intermedios y de transición (plaza, calle, paseos, avenidas, parques...), han sido disueltos y sustituidos por lugares homogénenos y estandarizados, deshumanizados (los no-lugares de Marc Augé, definidos por la no-identidad y la no-relación), lugares de ocio de masas o de consumo, que han originado nuevas centralidades urbanas: grandes superficies comerciales, supermercados, centros de ocio, aeropuertos, estaciones... El habitante de la ciudad vive en un entorno físico conflictivo, denso y hostil, incómodo e inseguro, despersonalizado, paisajísticamente duro, que cuestiona diariamente la habitabilidad y la solidaridad exigible a la urbe, consecuencia de un tejido democrático deficitario y de un modelo de producción espacial desequilibrado urbanísticamente,    “insostenible ambientalmente e injusto socialmente”.

Nuevo género de arte público

Para ciertos artistas norteamericanos, la implicación de las obras de arte público con el contexto resultaba insuficiente porque no daba respuesta a uno de los constituyentes centrales del lugar: el público. A su juicio, el artista debía mostrarse sensible hacia los asuntos e intereses de la comunidad, más allá de las características físicas del emplazamiento. Les concernía la noción de lugar entendida como “contenido humano”. Amplían, pues, notablemente la contextualidad y enriquecen la noción de espacialidad con capas humanas de tensiones políticas, económicas, étnicas, sociológicas, históricas, culturales, psicológicas... Su interés se centra en hacer un arte comprometido con la ciudadanía, abordando conflictos sociales: un arte del lugar y de su tiempo, que rechaza la imagen de una esfera pública pacífica, para interesarse en “exponer contradicciones y adoptar una relación irónica, subversiva con el público al que se dirige y el espacio público en que se manifiesta”, como ha señalado W. J. T. Mitchel.


Estos creadores próximos al modelo de arte público más social, ideológico, político, con voluntad crítica y combativa, de contestación, se expresan a través de gran variedad de soportes: envases, vallas publicitarias, octavillas, rótulos en autobuses, anuncios en prensa, así como performances en la calle con el propósito de fijar la atención de los ciudadanos en denuncias por discriminaciones de raza, sexo, clase social, orientación sexual... Artistas como Suzanne Lacy, Guerrilla Girls, Group Material, Gran Fury... trabajan en esta línea.


Quizá el arte público, que es un arte sin estilo, fuera de paradigma, esté vinculado con contextos públicos físicos y/o socio-culturales concretos a los que aporte significados estéticos, cívicos, comunicativos, funcionales, críticos, espaciales y emocionales específicos y en tér- minos de presente. Y quizá deba también poner en relación esos contextos con la vida (deseos, necesidades, problemas...) de las personas de la comunidad en que se inserta, cuyos ecos propios estará interesado en escuchar e interpretar, en el marco de un proyecto cooperativo, con el propósito de contribuir a mejorar la calidad de vida ciudadana, sin necesidad de ofrecer respuestas    que    se    impongan    por    su monumentalidad, pues como ha manifestado Armajani: “En una democracia resulta anómalo que se celebren las cosas con monumentos. Una democracia no proporciona héroes porque exige que cada ciudadano participe plenamen- te en la vida cotidiana y que contribuya al bien público” 

El arte público en las democracias debe ser proclive a interrelacionarse activamente con los ciudadanos y a incluirles en el sistema de funcionamiento de sus propuestas. De esta forma, la ciudadanía se convierte en parte de la obra, en asunto de la intervención, que adquiere todo su alcance y significado en una relación sinérgica de carácter sociocultural. El público es parte determinante de la experiencia espacial que procura el arte público. Y no se trata sólo de interpretar el arte público en el escenario de las estéticas de la recepción o de apelar a los ciudadanos para procurar mover su voluntad hacia la aceptación de las intervenciones en la esfera pública, sino de respetar sus derechos de ciudadanía y encauzar la participación y la democracia.


Textos seleccionados de un articulo llamado: "ARTE, CIUDADANÍA Y ESPACIO PÚBLICO" escrito por Fernando Gómez Aguilera.

Creo que es interesante y tiene mucho que ver con Tabacalera.



                                                                                                                                Rocío



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